Nueve y media de la mañana. Un pequeño grupo de voluntarios, mayoritariamente femenino, asiste a la reunión diaria con la que se inicia la jornada de trabajo en el Hospital de Fauna Silvestre de GREFA (Majadahonda, Madrid). Fernando González, director del hospital, marca las tareas de hoy y repasan la situación de los animales que requieren una mayor atención y con los que se va a trabajar durante las siguientes horas.

Irene López proyecta el historial de cada “paciente” en una pantalla y lo amplía introduciendo los datos sobre la marcha gracias al Programa Búho, una aplicación informática diseñada desde GREFA para facilitar el trabajo en el hospital. Irene es una de las tres veterinarias que trabajan en el centro de recuperación, las otras dos son Laura Suárez, también adscrita al hospital, y Virginia Moraleda, que coordina el equipo de rescate y recogida de animales.

Pero de lo que no hay duda es que el verdadero motor del hospital son los voluntarios. Unos treinta colaboradores fijos integran el grueso del equipo humano que ayuda desinteresadamente en el día a día del hospital, a través de turnos semanales de trabajo. La mayoría son estudiantes de veterinaria, pero también cada vez más asisten profesionales que buscan una formación especializada de calidad en el manejo y el tratamiento de la fauna silvestre. A ellos se suman otros muchos voluntarios temporales (más de un centenar durante 2013), incluso procedentes del extranjero, que hacen prácticas durante varias semanas en GREFA.

Cualquiera que visite el hospital de GREFA puede comprobar que el grueso de la actividad se concentra en la enfermería, por donde cada día pasan los animales necesitados de cuidados prioritarios, la mayoría ejemplares heridos por alguna causa no natural. Los de hoy son tres aves y da la casualidad de que todas ellas ingresaron en su día con un ala rota. La primera en pasar a la enfermería es una garza real joven a la que se le extrajo un balín de una escopeta de aire comprimido que tenía en el ala derecha, cuyo cúbito estaba fracturado. Cuando se le quita el vendaje, se comprueba la buena evolución de la lesión: el hueso se ha soldado, como se aprecia al comparar dos radiografías del mismo ejemplar hechas con varios días de diferencia.

También fue víctima de un disparo, esta vez de algún cazador desaprensivo y de gatillo fácil durante la pasada temporada cinegética de media veda, el halcón peregrino que entra poco después en la enfermería para comprobar cómo evoluciona. A finales del pasado agosto, este ejemplar ingresó con una fractura en el húmero izquierdo resultante del disparo. Fue hallado en el término municipal de Móstoles (Madrid), en una zona ubicada dentro del Parque Regional del Curso Medio del Río Guadarrama, y se da la circunstancia de que había nacido en uno de los nidos que esta especie tiene en Madrid capital. Reparar el hueso ha hecho necesaria la intervención quirúrgica para colocarle una aguja intramedular, pero los cuidadores de GREFA confían en que este halcón pueda ser devuelto al medio natural.

Un centro en plena actividad

Más preocupante es la situación del águila imperial de dos años que ingresó hace varios meses con fractura de húmero, tras chocar con un tendido eléctrico. La gravedad de su herida se ha visto complicada por una infección, por lo que ayer fue intervenida en el quirófano y hoy, 11 de diciembre, entra en la enfermería para que se le limpie la herida y se revise su estado general. Justo en ese momento se asoman los chavales de un colegio que está de visita en GREFA a los ventanales de la enfermería, diseñados para poder observar desde el exterior el trabajo de los veterinarios sin que suponga molestia para los animales tratados. Impagable la expresión de las caras de los chicos mientras observan algo que seguramente nunca habían visto antes. Mientras, una voluntaria informa desde la propia enfermería de los cuidados que los veterinarios Fernando e Irene dispensan a la rapaz, explicaciones que los alumnos pueden escuchar gracias a un altavoz.

Es difícil estar al tanto de tanta actividad como destila el hospital de fauna de GREFA en un día cualquiera. Es mediodía y el movimiento de veterinarios y voluntarios es constante entre la enfermería y la zona de cuidados intensivos y de rehabilitación donde están los animales. Mientras, esta misma mañana, en el reptilario, una enfermería adaptada a los requerimientos de temperatura y humedad de los reptiles, se extrae sangre a varios galápagos leprosos que ingresaron días atrás en el centro con diversas patologías y están en observación. Al mismo tiempo, en uno de los laboratorios, el destinado a diagnósticos clínicos, un voluntario examina al microscopio los glóbulos rojos de un águila perdicera. Y en la sala de necropsias, otra voluntaria trabaja con una ardilla que ingresó malherida por un atropello y murió en el centro, con el fin de confirmar con precisión la causa de la muerte de este animal...

Un voluntario examina al microscopio los glóbulos rojos de un águila perdicera en el laboratorio de diagnóstico clínico de GREFA. Un voluntario examina al microscopio los glóbulos rojos de un águila perdicera en el laboratorio de diagnóstico clínico de GREFA.

  

3.400 INGRESOS EN EL AÑO 2012

En la batalla por la conservación, los centros de recuperación de fauna silvestre se están consolidando en su posición de “primera línea de fuego” para reducir y aliviar el impacto de las principales amenazas contra las especies silvestres, muchas de ellas catalogadas como amenazadas. Por eso es vital el apoyo a un hospital como el de GREFA, gestionado por una ONG y con un trabajo que implica a un gran equipo de profesionales y voluntarios que tan sólo en 2.012 atendió a 3.400 animales salvajes con las más diversas lesiones o patologías. Esos ingresos muestran un amplio abanico de amenazas de las que son víctimas nuestras especies (venenos, cazadores desaprensivos, atropellos, trampas, expolios, desnutrición o transformaciones del entorno, entre otras).