Tener un animal silvestre en cautividad nunca es buena idea: si se trata de especies autóctonas seguramente estén protegidas y puede ser delito, si son especies exóticas su fuga o su liberación causarían un alto impacto ambiental, y tanto en un caso como en otro el cautiverio suele acarrear graves problemas de salud para el animal que lo sufre. Un claro ejemplo de esto es el de "Kunta", un galápago europeo.

A "Kunta" le taladraron un agujero en el caparazón para sujetarlo a una cadena y evitar que se escapara, como si fuese la versión moderna del famoso esclavo Kunta Kinte, personaje del libro y la serie "Raíces". Pero el abanico de heridas en caparazones y plastrones de galápagos va mucho más allá de la perforación intencionada que le hicieron a "Kunta". De hecho, una de las lesiones que vemos con más frecuencia es la rotura. Caídas desde terrazas o balcones, atropello por coches y otros fuertes impactos suelen estar detrás de esas fracturas, que siempre ponen a prueba la pericia de nuestros veterinarios.

Tras valorar la gravedad y determinar si el arreglo es posible, el equipo veterinario debe limpiar y desinfectar a conciencia la zona afectada, cubrirla con apósitos y aplicar un pegamento impermeabilizante que permita mantener al galápago en el medio acuático que le es propio. Sin embargo a menudo no basta solo con unir y pegar, porque si ha habido desplazamiento de los fragmentos se requiere una meticulosa labor previa de reconstrucción. Con precisión y paciencia hay que recolocar, recomponer, alinear, ajustar y, cuando todo vuelve a estar en su sitio, es necesario inventarse una sujeción que asegure que el "puzzle" no se descolocará de nuevo. La solución va desde ganchos hasta bridas pasando por alambre y corchetes de mercería. Sí, sí, habéis leído bien: broches de sujetador, porque el ingenio de nuestros veterinarios no tiene límite cuando se trata de sortear las pruebas que el destino pone en su camino y que no se puedan resolver con materiales específicos.

Corchetes de mercería y cerclajes metálicos para aproximar y fijar los fragmentos del caparazón roto de un galápago.

Una verdadera segunda oportunidad

Soluciones originales ideadas a fuerza de mucha experiencia, probadas con todas las garantías en muchos centros de recuperación de fauna, funcionan y permiten que salgan adelante animales que de otra forma estarían desahuciados. Porque bajo el pegamento la naturaleza irá poco a poco haciendo su trabajo y el caparazón se regenerará, de la misma forma que se osifica la fractura de un hueso. Finalmente el apósito con la resina de unión terminará cayendo y lo que quedará será el caparazón regenerado.

Pero no acaban ahí los males de galápagos mantenidos en cautividad, porque tampoco son raras las mordeduras de otras mascotas con las que conviven. Así le ocurrió recientemente a un ejemplar al que tuvimos que someter a una tomografía computarizada para comprobar si la perforación causada por el colmillo del perro que le mordió había llegado a alcanzarle el pulmón. Pero quizá la agresión que se repite con más frecuencia son las graves deformaciones debidas a mala alimentación, recintos inadecuados u otras deficientes condiciones de tenencia. Algo que por desgracia es imposible revertir una vez que el mal está hecho, por lo que arrastrarán esas secuelas por el resto de su existencia si es que logran sobrevivir.

Fractura de un caparazón reparada en el Hospital de Fauna de GREFA.

Lo mejor, acudir a un hospital de fauna

La larga lista de daños con la que llegan a nuestro centro galápagos europeos y leprosos (nuestras dos especies autóctonas de galápagos) que han sido mantenidos en cautividad no acaba ahí: úlceras, abscesos, amputaciones, ojos inflamados, ejemplares gordos, desnutridos o mansos... Por todo eso y por simple sentido común no nos cansaremos de repetirlo: está prohibido retirar animales del medio natural y llevárnoslos a casa. En el caso de encontrar un animal silvestre herido o enfermo debe ingresar en un centro de recuperación de fauna, donde será tratado de sus dolencias y se intentará su recuperación para devolverlo a la naturaleza. Porque es ahí donde debe estar, y no en una casa ni en un jardín.

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